El entorno familiar y el colegio son los lugares en donde nace y se forma aquello que seremos. Definen gran parte de nuestra personalidad, percepciones, prejuicios, simbolismos y sueños.
Por. JULIO ANDRÉS ROZO GRISALES – @julioandresrozo
En mi época escolar nació mi pasión y convicción de trabajar por el medio ambiente, cosa que hoy define mi profesión y mi vida. No obstante, si me pongo a reflexionar, la orientación ambiental que recibí en aquella época (80 y 90), fue nula o casi inexistente.
Prueba de ello es que varios de mis amigos y compañeros de colegio, y en general, las personas de mi generación, hoy siguen idealizando un mundo en donde el fin es lograr el anhelado carro, la anhelada casa y, bueno, pagar el crédito de sus estudios porque beca no consiguieron. En otras palabras, son personas que no se cuestionan siquiera qué pasa con el clima, la deforestación, la calidad del aire y con otros temas de los que hoy en día se habla un poco más.
En mi época de colegio lo más cercano cuando se hablaba sobre medio ambiente, era la clase de biología en donde se instruía el tema de una manera muy desconectada con la realidad.
Por fortuna, hoy algo o mucho ha cambiado. Existe una política de educación ambiental e instrumentos como los Proyectos Ambientales Escolares (Praes). Cada vez más uno ve que instituciones educativas se preocupan y ocupan por inculcar los valores de cuidado, innovación y estilos de vida sostenibles. Eso está bien pero aún falta una pizca más.
Voy a empezar por aquello que va bien y lo voy a hacer resaltando un ejemplo cercano. Posteriormente, expondré algunas recomendaciones como educador y profesional en el sector ambiental y de la sostenibilidad.
Los aguateros en el Colegio Campestre San Diego
Esta historia trasciende el simple hecho de analizar una alianza entre una emprendedora social (su nombre es Marcela Meza) y un colegio que desde hace un tiempo se montó en la onda de la enseñanza en valores para la sostenibilidad.
Conozco a Marcela desde hace cinco años cuando su idea era tan solo eso: una idea. Hoy, es una realidad que logra educar sobre el cuidado del agua, la obesidad, el sedentarismo y cómo tener mejores hábitos alimenticios. Esto es posible por medio de un “aguatero” (una máquina expendedora de agua mineral que reduce el uso de plástico para los estudiantes y la cual es el corazón de su emprendimiento Aguateros).
El colegio, más que apoyar el emprendimiento de Marcela, ve en él un aporte educativo. Los aguateros son tan solo uno de los varios instrumentos y metodologías que el colegio utiliza para educar para la sostenibilidad, por medio de la generación de experiencias.
Me fue grato conversar con una madre de una de las alumnas (pidió no ser mencionada), quien me comentó lo orgullosa que se siente cuando su hija de 13 años llega a casa con una mente más abierta y más, en sus palabras, “dispuesta a cambiar el mundo”. La feliz madre dice que su hija, por ejemplo, no solo logra reflexionar sobre cuán valiosa es la naturaleza y los servicios que ella nos provee, sino que también, dice ella, es una persona consecuente con sus actos pro-ambientales.
Algo que me llamó la atención al conversar con aquella madre, es que menciona que su hija tiene un tipo de conversación que al menos a mi no me inculcaron: ella habla más sobre “nosotros”, y menos sobre el “yo”, con el cual crecí.
Esta alianza entre Marcela y el colegio refleja el deber ser de los valores que necesitamos inculcar desde niños en los tiempos del cambio climático. Necesitamos más colaboración, noción del trabajo cooperativo y un tipo de educación que no sea únicamente transmitida de palabra, sino también por medio del ejemplo, tal y como lo demuestra dicha alianza.
¿Qué nos enseña este caso? Y ¿qué más se puede hacer en los colegios?
Del caso anterior resalto los siguientes aspectos:
- Es posible educar y promover estilos de vida más sostenibles por medio de la cotidianeidad. El simple hecho de permitir la interacción entre los alumnos con los aguateros genera un proceso de reflexión que trasciende cualquier prédica ambiental.
- Inculcar el sentido de la colaboración permitirá que los niños y jóvenes puedan encontrar soluciones a los retos ambientales y sociales que emergen día a día. Esto no era así por lo menos en mi época. En aquel entonces, valía ser el mejor y ganarse la izada de bandera. Competir y destacarse eran las máximas con las que viví desde kinder hasta once. Hoy, la necesidad de adaptación nos invita a colaborar y buscar metas comunes.
Los colegios están llamados a repensarse y a experimentar nuevas cosas (tal y como lo hace otro colegio abanderado en temas de sostenibilidad como lo es el Rochester). Es el espacio ideal para permitir una cultura emprendedora que busque el bienestar común y el cuidado del entorno. Para ello, inculcar el liderazgo colaborativo es imprescindible.
Queremos y necesitamos niños y jóvenes, que a pesar de la timidez o temor a la exposición o a la crítica, sean más dinámicos y proactivos.
Cuando me inicié como columnista en Revista Dinero hace casi un año, lo hice pensando en un tema que traigo de nuevo a colación: ¿para qué nos educan hoy en día? ¿cuál es el fin de la educación en los tiempos en donde el clima ya no es como lo era antes? Los invito a releer aquella columna: «Nos educan para hacer dinero«.
Me alegra saber que hay niños y jóvenes que hoy en día tienen la oportunidad de tener una travesía por colegios que le apuestan a la sostenibilidad, al cuidado y al bienestar colectivo. No obstante, hay aún colegios que se limitan a cumplir con los Praes y tienen temor de ir más allá. A ellos, los invito a que conozcan a sus pares y vean lo que están haciendo para que se inspiren a innovar. Los invito a que consulten nuevas alternativas y a que se arriesguen a dejar atrás, prácticas educativas que terminaban configurando simbolismos materiales por encima de los humanos y los naturales.