Viviendo en la Sociedad de la Opinión: Un Análisis Crítico


En una época caracterizada por la sobreabundancia de información y el auge de las redes sociales, nos encontramos inmersos en lo que podría denominarse la «sociedad de la opinión».


Este concepto, en contraposición a la ya obsoleta idea de la «sociedad del conocimiento», destaca la importancia de discernir entre meras opiniones y un conocimiento fundamentado.

Hace algunos años, se promulgaba la noción de la «sociedad del conocimiento» como la era que emergería con la expansión de Internet y las tecnologías de la información. Sin embargo, en retrospectiva, esta idea parece hoy casi risible.

Se ajusta mejor a la realidad actual considerarla como la «sociedad de la opinión», donde las redes sociales han otorgado el derecho de expresión a una multitud que, según Umberto Eco, podría ser descrita como «legiones de idiotas».

Eco señalaba con preocupación el surgimiento de lo que llamó la «invasión de los necios», donde las redes sociales equiparan el derecho de expresión de aquellos que, anteriormente, solo compartían sus opiniones en un bar. Este fenómeno plantea la interrogante sobre si vivimos en una «sociedad de la ignorancia» o, más acertadamente, en una «sociedad de la opinión».

En el contexto actual, donde la corrección política exige igualdad incluso en el ámbito intelectual, todos parecen tener el derecho no solo de opinar, sino también de ser escuchados. Este fenómeno, aunque promueve la igualdad de expresión, ha saturado los canales de comunicación con ruido e información superflua. Aldous Huxley anticipaba esta inundación de lo trivial como una sociedad sumida en la distracción, ahogada en un mar de insignificancia.

Manuel Gil Antón, profesor del COLMEX, abogaba por «menos parloteo y más silencio para oír a los que saben». Aunque pueda parecer paradójico, en la búsqueda de justicia, orden y bienestar colectivo, es esencial jerarquizar y conceder la debida importancia a aquellos que poseen un conocimiento más profundo.

Hacer silencio, según Kierkegaard, constituye la cura tanto para los problemas individuales como para los sociales. Significa escuchar, prestar atención, profundizar en el pensamiento y abrirse al conocimiento en lugar de simplemente opinar.

La distinción clásica entre opinión y conocimiento, planteada por Platón en La República, resulta enriquecedora al abordar este tema. Para Platón, aquellos que se deleitan únicamente en las experiencias sensoriales y superficiales no acceden verdaderamente al conocimiento.

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El verdadero conocimiento implica contemplar lo universal, lo que es eternamente bueno, bello y verdadero, en contraste con lo contingente y cambiante.


En la actualidad, inmersos en la sociedad de la opinión, es relevante recordar que existen valores no relativos. En un mundo marcado por las noticias falsas y la posverdad, la noción de que la verdad existe y puede ser conocida se vuelve crucial.

La sociedad de la opinión se apoya en la creencia de que la verdad es relativa, desafiando la idea de valores trascendentes. La filosofía clásica, en cambio, sostiene que hay cosas como lo bello, lo bueno y lo verdadero, independientemente de las circunstancias.

La alegoría de Platón sobre el barco con un motín ilustra acertadamente la condición actual de la sociedad de la opinión. Al relegar la verdad a la relatividad, devaluamos el conocimiento y nos entregamos a la tiranía de la opinión, corriendo el riesgo de naufragar como sociedad al priorizar la autoexpresión sobre todos los demás valores.

Curiosamente, este énfasis en la autoexpresión alimenta el capitalismo digital, donde los datos generados por las opiniones y el consumo de entretenimiento son el combustible de la economía actual.

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