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Una historia para nuestros olvidos

Una historia para nuestros olvidos


Por Julián Camilo Bello – Presidente Junta de Acción Comunal Babilonia

Cuando la constitución de 1991 estaba aún en sus primeros años de vigencia, por decisión del entonces presidente Cesar Gaviria fue modificado el currículo educativo, resultando que la clases destinadas exclusivamente al estudio de la Historia de Colombia quedaban eliminadas y asociadas a un grupo genérico de materias llamadas ciencias sociales, las cuales integraban una multiplicidad de temas que variaban según casos particulares.

Pero la ausencia de la clase de historia generó polémica entre los que propugnaban por un análisis crítico de las verdades y la visión que han moldeado el devenir de Colombia a partir del siglo XX.


Estas verdades se consideraron como la trinchera desde la cual las élites conservadoras intentaron moldear el espíritu del pueblo.


Desde este discurso se crearon los héroes, los padres de la patria, se infundió masivamente la idea de que solamente los hijos más nobles de una determinada clase social, debían regir los destinos del país.

Convirtieron la historia en el parapeto desde el cual personas y grupos “non gratos”, subieron al cadalso transformándose en enemigo público y como elementos a excluir de la comunidad imaginada, que las élites en el poder denominaron “nación”, nuestra historia habla por los que se excluyeron más que por los que la conformaron.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, se dio un movimiento intelectual que pretendía reconocer que la historia colombiana no podía ser exclusivamente la vida de sus élites gubernamentales, ni los supuestos ideológicos del hombre blanco con ínfulas de europeo.

Así se transformaría la historia, en las vivencias y mentalidades de la gente del común, la historia de los procesos sociales de la Colombia profunda y el examen crítico de los diferentes grupos culturales que luchan por un lugar en la nación, bajo la pretensión de mantener su cosmogonía, lengua, historia y perspectiva de futuro común, se valoró la memoria de los pueblos como elemento fundamental de la vida pasada y la futura.

En diciembre de 2017 por decreto presidencial regresó a las aulas la llamada “cátedra de historia de Colombia”. Además de esto, como producto de los diálogos de paz quedó un informe que pretendía estructurar la verdad histórica sobre el conflicto armado, el cual llevó a las instituciones dominantes colombianas (Iglesia, partidos políticos, empresariado etc) a expresar lo que han tenido como dogma histórico, que las masacre de las bananeras y de las caucheras, por ejemplo son mitos novelescos, que a Gaitán nadie lo mandó asesinar, que la rama legislativa ha sido el reino de los filósofos del ágora y ningún cura azuzó asesinatos desde el púlpito.


Incluir todas las expresiones de la nación, incluir a la gente de la Colombia periférica, sus memorias y visiones, es el reto actual de una clase de historia para la paz.


El contenido histórico debe reconocer que la nación colombiana no se compone exclusivamente de heterosexuales, de hombres blancos, de católicos, de jugadores de golf en los clubes etc, por eso debe recoger también las sexualidades diversas, las mujeres, los indígenas, las negritudes, las religiosidades y a los jugadores de tejo en las canchas veredales y barriales.

¿Estaremos a la altura de vernos a nosotros mismos cuando estudiamos nuestra historia? ¿Será posible que el juicio de la historia haga justicia con los olvidados?

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